Jaié Sará: El perfeccionamiento del carácter

Por: Rav Enrique Medrez, Creador del proyecto “Valores e identidad judía”.

Para la Mesa de Shabat: Parashat Jayé Sara

Rivka y los camellosAvraham, preocupado por el porvenir de su hijo Itzjak, envía a Jarán a Eliezer, su fiel sirviente, cargado de regalos, con el propósito de encontrar de entre el resto de los descendientes de su hermano Najor una esposa adecuada para Itzjak. Si tanto en Jaran como en Canaán la gente era idólatra, ¿Por qué querrá Avraham traer una una mujer de tan lejos y no de Canaán?

La respuesta es que Avraham pensó que era más fácil cambiar la filosofía e ideología de una persona, que cambiar su carácter, y la gente de Canaán tenía malos hábitos y mal carácter. Rivka resultó la elegida como resultado del Jesed (bondad) que ella hizo hacia Eliezer y sus camellos, demostrando así, su bondad y buen carácter. Esto la convirtió en la segunda matriarca del pueblo de Israel.

El judaísmo considera el perfeccionamiento del carácter como una meta de vida. Como

nos enseña el Midrash: “Los mandamientos de la Torá no fueron entregados a la humanidad para otro propósito que refinar a las personas” (Bereshit [Génesis] Rabá 44:1). Los Sabios no dijeron que uno de los propósitos de la Torá y sus mandamientos fuera mejorar el carácter, sino que éste es su único propósito.

La pauta enunciada en este Midrash —”refinar a las personas”— da a cada uno de nosotros un estándar para determinar si estamos llevando una vida moralmente exitosa. ¿Crecemos en honestidad, amabilidad y compasión? Si no somos más compasivos y amables a los 60 años de edad de lo que lo fuimos a los 20, hemos vivido una existencia fallida.

Por desgracia, la necesidad de esa vigilancia es algo que pocos de nosotros deseamos reconocer. Como enseñó el maestro de Musar de principios del siglo XX, Rabí Yaizel de Navorodock: “Una persona quiere convertirse en estudiosa y líder de la noche a la mañana, y dormir esa noche también”.

Nos convertimos en buenas personas no por tener buenos pensamientos, sino por realizar buenas acciones una y otra vez, hasta que tales acciones se vuelven parte de nuestra naturaleza.

Es por eso que Maimónides enseñó que es mejor dar a los necesitados una moneda de oro en mil distintas ocasiones que dar a una sola persona mil monedas de oro, todas al mismo tiempo. Realmente, el verdadero bien para esa única persona puede equipararse, e incluso sobrepasar, al bien combinado para quienes lo reciben de pequeñas donaciones. Pero para la persona que da esos mil regalos, “si abre su mano una y otra vez mil veces, el rasgo de dar se vuelve parte de ella”.[1] Sin duda, cuando damos repetidamente, o llevamos a cabo cualquier acción ética una y otra vez, ello se vuelve parte de nuestro carácter.

En resumen, el punto de vista rabínico es que las acciones modelan el corazón más que el corazón modela las acciones.

mejor personaCuando Rabí Akavya Ben Mehalalel agonizaba, su hijo sintió el temor de que, una vez muerto, perdería su estatus entre los Sabios, y por tanto le rogó: “Padre, encomiéndame a tus colegas”. Cuando Rabí Akavya se rehusó a hacerlo, su hijo preguntó: “¿Es debido a alguna falta que has encontrado en mí?”. Rabí Akavya respondió: “No. Es por tus acciones [y no mis palabras] que debes ser estimado [por los Sabios], y tus acciones las que te alejarán” (Mishná, Eduyot 5:7).

La lección de Rabí Akavya resulta difícil de comprender para muchas personas —particularmente los vástagos de los famosos—. Los periódicos informaron del arresto de un conductor ebrio que era hijo de una figura prominente de la vida americana. Cuando los oficiales de policía se le acercaron, el joven les gritó: “¿Saben quién es mi padre?”, una pregunta que era simultáneamente arrogante, patética e irrelevante.

Un pasaje rabínico nos enseña: “Una persona tiene tres nombres; el que usan para con él su padre y su madre; aquel con el cual lo llaman sus compañeros [por ejemplo, la manera en que la gente habla sobre él]; y el que él ha adquirido [por la forma en que actúa]. Y este último es mejor que todos los demás” (Tanjumá, Vayakel, número 1).

Oscar Schindler fue un mujeriego y un deshonesto hombre de negocios. Pero durante la Segunda Guerra Mundial, cuando comprendió las genocidas intenciones de los nazis, repetidamente arriesgó su vida y empleó un notable ingenio para salvar las vidas de más de mil judíos. Al cambiar su actitud, Schindler transformó la asociación mental que la gente previamente había hecho entre él y su nombre. Sin duda, desde la publicación del libro La lista de Schindler, de Thomas Keneally, y la presentación de la película con el mismo título, el nombre Schindler se ha convertido en símbolo de valor y compasión.

suscribeteSara Levinsky Rigler, una escritora radicada en Jerusalén, narra una visita a los Estados Unidos para asistir al funeral de su padre. Él no había sido observante religioso, pero cuando Rigler estuvo en la morgue junto a su cuerpo amortajado, ella “se sintió abrumada por la sensación de que legiones de ángeles [lo] rodeaban y escoltaban su alma al Mundo Venidero”. Su padre, explica ella, fue un hombre que dedicó su vida a realizar actos de bondad. Como farmacéutico, a menudo hacía préstamos, muchos de los cuales nunca cobró, a personas que no podían pagar medicamentos cuando el vecindario pasó malos momentos, compraba helados para los niños y aconsejaba a los adolescentes, que no tenían dinero para ir con un doctor, sobre temas de salud. Una vez al año, en Navidad, iba a los hogares de las mujeres pobres del vecindario para llevarles flores, e hizo eso hasta los 75 años de edad. Varias de esas mujeres dijeron al hermano de Rigler, quien lo acompañaba en esos recorridos, que esas flores eran lo único bello que recibían en todo el año.

Durante la Guerra de los Seis Días, el padre de Rigler pidió prestados al banco $4000 y los donó al Fondo de Emergencia para Israel del United Jewish Appeal. Después, en un significativo acto de filantropía, consiguió una segunda hipoteca sobre su casa para hacer una gran contribución al edificio de un hogar geriátrico judío.

¿Qué aprendió Rigler el día del funeral de su padre? “Vi que las acciones son todo lo que cuenta… No las buenas intenciones, no las creencias, no las convicciones, no la conciencia espiritual, sino las acciones… De pie a un lado del cuerpo de mi padre, al ver su luminoso rostro, me sentí impactada al darme cuenta en quién se había convertido él, en virtud sólo de sus acciones.” [2]

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NOTAS

[1] Comentario de Maimónides sobre La Ética de los Padres 3:19; ver también el anónimo Orjot Tzaddikim, “La benevolencia”.

[2] Rigler, “Of Angels and Poinsettias”, páginas 219-224.

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